El sol y el reloj
Ya desde días atrás venían hablando de aprovechar los sábados por la mañana para pasear por la playa y disfrutar de una soleada jornada. La semana anterior habían estado en las calurosas Islas Canarias en busca de los primeros rayos de sol que los pintara con color guiri (léase rojo gamba) y estrenar la temporada de baño.
Los hombres del tiempo pronosticaban lluvias pero, una vez más, erraron sus predicciones. Cuatro gotas mal contadas cayeron durante esos días de asueto. Por la mañana brillaba el sol, al atardecer el astro rey se escondía y refrescaba lo justo como para necesitar protección en forma de jersey. Llegada la noche disfrutaban del placer de salir sin chaqueta en pleno mes de febrero, una utopía en la mayoría de las ciudades de la geografía europea.
Tras cuatro días de desconexión volvían a la rutina. El despertador saludando a las 7.12 e insistiendo cinco minutos después. Regreso a las prisas y al stress de la ciudad. En la memoria las vacaciones pasadas y las vacaciones de semana santa en el pensamiento.
Las hojas del calendario fueron pasando y llegaron a sábado. No se habían acordado de bajar las persianas de la habitación y los rayos de sol entraban a sus anchas. El reloj marcaba poco más de las diez de la mañana y Arnau se incorporó de la cama para pisar el frío suelo.
Mirando por la ventana inició su ritual matutino de café, pastita y cigarrillo "pal pecho". Con la última calada del pitillo recordó que Verónica yacía en la cama sin intención de moverse. Arnau se acercó sigilosamente. Sus leves ronquidos denotaban que estaba inmersa en el más profundo de los sueños. El paseo matinal se postergaría unas horas. Vero había trabajado toda la noche y se merecía un descanso y cargar las pilas.
Arnau se tumbó junto a ella y trató de abrazarla. Ella, absorta en sus sueños, se asustó al sentir las frías manos de su acompañante, quizás pensando que estaba sola. Anoche, al despedirse, Arnau le comentó que se levantaría pronto y ayudaría a un amigo a pintar su nuevo pisito de soltero, pero que volvería pronto para comer cerca de la playa.
El gesto de susto inicial se turnó en una sonrisa y una caricia, acompañadas de dulces besos. Observando su rostro cansado y unas ojeras que denotaban una noche de curro movidito, Arnau la arropó y desapareció silenciosamente mientras Vero se sumergía entre las sabanas.
En un golpe de moto se plantó en el centro de la ciudad. Casco en mano picó al timbre de su amigo. Sube, sube – le dice. 60 escalones después llega al entresuelo y Pol abre la puerta, con una vestimenta poco dada a la pintura. Ante la sorpresa de Arnau le comenta que tiene que trabajar y que la remodelación pictórica del apartamento deberá esperar. Además, sólo le puede dedicar un café de diez minutos porque el deber le llama. Vaya soleado sábado estamos teniendo- reniega Arnau.
No eran ni las 12 cuando abandonaba la casa de su amigo. No hay mal que por bien no venga-pensó. Aprovecharía para poner al día la nevera de casa y comprar 4 cosas en el Mercadona. Dado que siempre compraba durante los mediodías, aprovechando la pausa en el trabajo, había olvidado que los sábados los supermercados se ponen "de gom a gom". Como siempre, invirtió más tiempo haciendo la cola que eligiendo lo que meter en el carro.
El sol picaba de una forma inusual por tratarse de estas fechas. Con las bolsas en la mano recorrió las cuatro calles que le separaban de casa, y coloco cuidadosamente su contenido en los cajones y en el frigorífico.
Pasaban diez minutos de la una. Vero seguía en la misma posición que horas antes, inmóvil cual musa. Arnau se deshizo de su calzado y se acostó a su lado. Diez minutos de pausa no le vendrían mal pero traicionado por el cansancio de toda la semana su descanso se alargó en más de una hora y media.
Un punto aturdido y contrariado miró el reloj del móvil. Afortunadamente el sol seguía brillando. Debían darse prisa ya que no encontrarían sitio en ninguna de las terrazas cerca del mar. Agudizando el ingenio y el arte del buen despertar, zarandeo a Vero mientras le susurraba que no quedaba ni pizca de chocolate en toda la casa.
No había manera más infalible de hacerla volver en si que recordarle que no podría disfrutar de su manjar predilecto. Qué cabroncete soy-pensaba Arnau para sus adentros.
Ducha relativamente rápida (estamos hablando de mujeres) y se dirigieron cerca de la Vila Olímpica. Ríos de gente habían tenido la misma idea pero se les habían anticipado. En el cielo, el sol libraba un combate con unas nubes crecientes que pretendían hacerle sombra.
No podían demorar mucho la elección del restaurante. El tiempo y las nubes se les estaban tirando encima. Arnau recordó que le habían dado buenas referencias de un par de ellos, pero, nuevamente, la gente se les había anticipado. De las mesas en las terrazas ni rastro. Deberían esperar aún quince días para comer en el exterior y que los pies disfrutaran del tacto de la arena.
La playa, que presentaba un tumulto considerable cuando llegaron, se había vaciado. Una espesa niebla impedía ver más allá de lo que tenian delante y la manga corta pedía el auxilio de un jersey reforzado.
La soleada mañana, que tanto habían anhelado, bajaba el telón ante la mirada atónita de la pareja que disfrutaban del ágape soñando en silencio con la reaparición del astro rey, que andaba ensombrecido por el peso de las nubes.
Los hombres del tiempo pronosticaban lluvias pero, una vez más, erraron sus predicciones. Cuatro gotas mal contadas cayeron durante esos días de asueto. Por la mañana brillaba el sol, al atardecer el astro rey se escondía y refrescaba lo justo como para necesitar protección en forma de jersey. Llegada la noche disfrutaban del placer de salir sin chaqueta en pleno mes de febrero, una utopía en la mayoría de las ciudades de la geografía europea.
Tras cuatro días de desconexión volvían a la rutina. El despertador saludando a las 7.12 e insistiendo cinco minutos después. Regreso a las prisas y al stress de la ciudad. En la memoria las vacaciones pasadas y las vacaciones de semana santa en el pensamiento.
Las hojas del calendario fueron pasando y llegaron a sábado. No se habían acordado de bajar las persianas de la habitación y los rayos de sol entraban a sus anchas. El reloj marcaba poco más de las diez de la mañana y Arnau se incorporó de la cama para pisar el frío suelo.
Mirando por la ventana inició su ritual matutino de café, pastita y cigarrillo "pal pecho". Con la última calada del pitillo recordó que Verónica yacía en la cama sin intención de moverse. Arnau se acercó sigilosamente. Sus leves ronquidos denotaban que estaba inmersa en el más profundo de los sueños. El paseo matinal se postergaría unas horas. Vero había trabajado toda la noche y se merecía un descanso y cargar las pilas.
Arnau se tumbó junto a ella y trató de abrazarla. Ella, absorta en sus sueños, se asustó al sentir las frías manos de su acompañante, quizás pensando que estaba sola. Anoche, al despedirse, Arnau le comentó que se levantaría pronto y ayudaría a un amigo a pintar su nuevo pisito de soltero, pero que volvería pronto para comer cerca de la playa.
El gesto de susto inicial se turnó en una sonrisa y una caricia, acompañadas de dulces besos. Observando su rostro cansado y unas ojeras que denotaban una noche de curro movidito, Arnau la arropó y desapareció silenciosamente mientras Vero se sumergía entre las sabanas.
En un golpe de moto se plantó en el centro de la ciudad. Casco en mano picó al timbre de su amigo. Sube, sube – le dice. 60 escalones después llega al entresuelo y Pol abre la puerta, con una vestimenta poco dada a la pintura. Ante la sorpresa de Arnau le comenta que tiene que trabajar y que la remodelación pictórica del apartamento deberá esperar. Además, sólo le puede dedicar un café de diez minutos porque el deber le llama. Vaya soleado sábado estamos teniendo- reniega Arnau.
No eran ni las 12 cuando abandonaba la casa de su amigo. No hay mal que por bien no venga-pensó. Aprovecharía para poner al día la nevera de casa y comprar 4 cosas en el Mercadona. Dado que siempre compraba durante los mediodías, aprovechando la pausa en el trabajo, había olvidado que los sábados los supermercados se ponen "de gom a gom". Como siempre, invirtió más tiempo haciendo la cola que eligiendo lo que meter en el carro.
El sol picaba de una forma inusual por tratarse de estas fechas. Con las bolsas en la mano recorrió las cuatro calles que le separaban de casa, y coloco cuidadosamente su contenido en los cajones y en el frigorífico.
Pasaban diez minutos de la una. Vero seguía en la misma posición que horas antes, inmóvil cual musa. Arnau se deshizo de su calzado y se acostó a su lado. Diez minutos de pausa no le vendrían mal pero traicionado por el cansancio de toda la semana su descanso se alargó en más de una hora y media.
Un punto aturdido y contrariado miró el reloj del móvil. Afortunadamente el sol seguía brillando. Debían darse prisa ya que no encontrarían sitio en ninguna de las terrazas cerca del mar. Agudizando el ingenio y el arte del buen despertar, zarandeo a Vero mientras le susurraba que no quedaba ni pizca de chocolate en toda la casa.
No había manera más infalible de hacerla volver en si que recordarle que no podría disfrutar de su manjar predilecto. Qué cabroncete soy-pensaba Arnau para sus adentros.
Ducha relativamente rápida (estamos hablando de mujeres) y se dirigieron cerca de la Vila Olímpica. Ríos de gente habían tenido la misma idea pero se les habían anticipado. En el cielo, el sol libraba un combate con unas nubes crecientes que pretendían hacerle sombra.
No podían demorar mucho la elección del restaurante. El tiempo y las nubes se les estaban tirando encima. Arnau recordó que le habían dado buenas referencias de un par de ellos, pero, nuevamente, la gente se les había anticipado. De las mesas en las terrazas ni rastro. Deberían esperar aún quince días para comer en el exterior y que los pies disfrutaran del tacto de la arena.
La playa, que presentaba un tumulto considerable cuando llegaron, se había vaciado. Una espesa niebla impedía ver más allá de lo que tenian delante y la manga corta pedía el auxilio de un jersey reforzado.
La soleada mañana, que tanto habían anhelado, bajaba el telón ante la mirada atónita de la pareja que disfrutaban del ágape soñando en silencio con la reaparición del astro rey, que andaba ensombrecido por el peso de las nubes.
3 comentarios:
cuantas neuronas has tenido que quemar para pensar en el nombre de la protagonista femenina solo te ha faltado poner Francesc en el del varon y decir que todo parecido con la realidad es casualidad
Buen apunte Miquel Ángel. El sujeto que firma el exto no engaña a nadie.
Yo recomiendo, si se me permite, la banda sonora que mejor liga con edulcorado post: Such a perfect day, de Lou Reed.
Amic Enric, tu sempre tan ancertat, recordes la cançó que tatarejaves a cau d'orella en el nostra viatge a Venecia, que pesadet estaves, jaja!
Doncs us he de dir que el relat és 100 per cent ficció, però potser coneixeu algu que hagi viscut una jornada semblant.
p.d. la cançó és 100 per cent adient pel relat! good choice!! (rotllo gramola)
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