Si tu fumas Phillip Morris guachikei

La llegada de un nuevo año lleva tradicionalmente consigo un cúmulo de propósitos que pasados unos días yacen en el primer cajón que encuentras a mano. Por eso, en esta ocasión no me quise presionar con sueños imposibles ni pretensiones del "quiero y no puedo", pero una idea me venia rondando la cabeza.

No se en cuantas veces, prefiero no recordarlo, la noche del 31 de diciembre he dicho aquello de: mañana dejo de fumar, ya lo veréis. Además, como es habitual cuando se sale de noche (al menos antes de la Ley Antitabaco que te restringe según que zonas), fumabas como un carretero para hartarte de humo y nicotina.

Debido a la resaca, el día 1 conseguía mi propósito de no encenderme ningún cigarrillo, o como mucho uno a última hora cuando el cuerpo ya pedía su dosis, pero cuando el calendario marcaba el dos de enero bajaba corriendo a mi estanquero de confianza que me alimentaba la adicción.

Echando la vista atrás me vienen a la cabeza mis primeros cigarrillos (y cervezas también). Corría el verano de hace unos… vaya ya hace 14 años… cuando mis padres me enviaban a Estados Unidos a aprender inglés. Mucha lengua de Shakespeare no empapé pero me ayudó a conocer mundo y espabilarme.

Recuerdo que aquellas primeras caladas no sabían a nada pero me sentía-vaya tontería-más hombre delante de mis compañeros y del público femenino. Lo suyo me costó aprender a tragarme bien el humo, sacarlo por la nariz o hacer aros, y alguna que otra vez me producía mareos.

Con el paso de los años fui fumando cada vez más. Primero me escondía de la familia, después ya lo hacia en casa y empieza el verdadero vicio. Os habéis parado a pensar cuantos cigarrillos saboreamos de verdad? Llegados a mi estado de adicción diría que pocos, puesto que fumas por inercia y cuando no lo haces te da la sensación que te falta algo.

Parece una falacia pero no lo es. Las pocas temporadas que he conseguido desquitarme de la compañía del tabaco, el mono mental era tremendo, así como la gestualidad, que muchas veces acompaña el fumar. Los que estamos enganchados nos sentimos vacíos sin un cigarrillo entre los dedos (ya no tienen el color amarillento que tenían), y lo cambiamos por un bolígrafo, un chupa-chups o hasta cigarrillos de plástico (los de mentira que venden en la farmacia).

De cara a este año, me he replanteado mi propósito firme y real de dejar de fumar, y para eso he cambiado la táctica. Ni se me pasó por la cabeza hacerlo el dia 1, 2 o 3 de enero sino que marque el 1 de febrero como el dia D de mi calendario.

Ya llevo dos semanas metalizándome, concentrándome, miro a los cigarros advirtiéndoles que nuestro idilio está a punto de pasar a la historia. No será fácil, ya lo he vivido en carne viva, pero me tengo que demostrar a mi mismo que puedo. En el trabajo ya se hacen apuestas sobre el tiempo que duraré en este intento pero voy a sorprenderlos. Este es el momento. Ahora o nunca. Yo puedo, lo se. La pelota está en mi tejado y no la dejaré caer.